Pudo ser un impulso creador juvenil: “Éramos muy jóvenes y queríamos publicar nuestros propios textos”. O una necesidad de ser escuchados: “No encontrábamos las opciones para publicar”. O, simple y sencillamente, el contagio de la enfermedad de los libros: “Es que se mete la tinta a la sangre y desde ese momento estamos perdidos”.
Las voces anteriores son de personas que, en algún momento de sus vidas, especialmente en la juventud, cuando el arrojo sobra y es motor para emprender hazañas en apariencia descabelladas, decidieron crear editoriales independientes y hacer de las páginas su modo de vida, el modelo de su negocio y subsistencia.
¿Cómo vivir de los libros y no fracasar en el camino? La respuesta a esa interrogante encuentra la praxis de distintos proyectos editoriales que, con sus propias rutas, salen adelante en un país donde la lectura es una nota al calce en las estadísticas y donde la competencia cada vez es más feroz, no sólo entre pares o contra los grandes grupos editoriales que acaparan el mercado, sino también contra un heterogéneo coro de plataformas de entretenimiento.
“Ya no conocemos las palabras hastío o tedio”, reconoce Pilar Montes de Oca, lingüista y directora de la revista literaria Algarabía, ante la evidencia de un mundo en el que siempre están a la mano el smartphone y todas las aplicaciones que lo acompañan (WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram y videos de gatitos en YouTube).
La labor editorial: un oficio de artesanos en la era digital - Magis (iteso.mx)
